Era un día fresco de finales de noviembre. En
un aeropuerto, uno muy conocido: el aeropuerto internacional de Los Ángeles.
Como cualquier otro día habían extranjeros haciendo colas para ser revisados y
que les permitieran entrar al país. Así como estadounidenses que salen del
país.
Los letreros están en inglés, al igual que las
señalizaciones y las voces de las azafatas que dan indicaciones en inglés. Sin
embargo es casi palpable que la mayoría de los pensamientos son es castellano,
un idioma romance. Hasta una persona ciega se daría cuenta de cómo han cambiado
las cosas, con los años, en este aeropuerto, principalmente desde comienzos
desde que comenzó este siglo.
Una chica de ascendencia española, con el pelo indígena
y la cara mestiza, está en esa cola para entrar a los Estados Unidos de
América. Sus pensamientos son tan complicados de entender que es esa la razón
por la que no se debe decir todo lo que se piensa. Sus pensamientos no son iguales a los que se
encuentra en la fila igual que ella, por el contrario, sus pensamientos son muy
diferentes; van de un pequeño repaso de las fórmulas de cortesía en inglés
hasta un cálculo mental que cuánto debería ser su salario, según las leyes
vigentes en California, y cuánto dinero podrá invertir.
La belleza no
lo es todo; es necesario ser inteligente, astuta, rápida y amble, se decía la chica en su
mente. Sus pensamientos, aparte de
ser contable, también son muy profundos.
Ella está a punto de entrar a Estados Unidos y no quiere que nada le salga por
la culata.
La persona que estaba delante de Ángela—así es
como se llama ella—se mostró muy nerviosa y por eso fue enviado aparte para que
le revisaran. Ángela también estaba muy nerviosa, recién se había graduado de
la secundaria y ella aún no cumplía su mayoría de edad; además estaba entrando
absolutamente sola. Era lógico que estuviera nerviosa, pero en los aeropuertos
no es la mejor opción mostrarse nerviosa.
Cuando el guardia de aduana que estaba
revisando los papeles de los viajeros pidió los papeles de Ángela, ella se los
dio tratando de ser lo más natural que podía; lo logró por segundos. Luego, el
guardia, leyó la procedencia de esta viajera. Muy discretamente le susurró a
uno de sus compañeros y le mostró—discretamente—el lugar de procedencia de la
viajera que tenían enfrente. Su compañero hizo una risota tan escandalosa, algo
como así: “puajhfhbgsjjjjaaaa, Panama!” el compañero del guardia de aduana llamó a sus otros
compañeros, “Hey guys, look at this. This chick is from Panama”. Uno de sus
amigos le dijo: “Panama? Where’s that place?”
“It’s in Central America. It’s one of those countries that are so small and
think they can invade our country. Isn’t that right, baby?” Ángela se sentía como
un pedazo de asquerosidad. Se sentía muy mal, mas no podía decir nada porque se
encontraba en una situación de desventaja y en esos momentos no es conveniente
“intentar” defenderse.
Sin embargo Ángela no hizo mucho caso a su
conciencia, que decía exactamente eso, y se atrevió a responder diciendo esto:
“no, clearly, no. That is totally false. You’re bluffing”. Los tres guardias de
aduana que estaban ahí sintieron terriblemente su ego ofendido. El tercero en
aparecer, dentro del cuadro de importancia de Ángela, le respondió “Do you dare
to deny anything I say and say I’m bluffing?”
De ahí en adelante las cosas fueron de mal en
peor. Pero Ángela logró salvarse, más bien la salvó una chica que estaba pasando
por ahí de casualidad. Entre los tres guardias de aduana, más un par de
guardias de seguridad, rodearon a Ángela y—en realidad muchos de esos que la
rodeaban a ella estaban de balde, porque no hicieron nada. Solo uno de los
guardias atacó a la chica, la tomó por los pelos, la tiró al suelo y le gritó
un poco de vulgaridades en oído; en inglés, la mayoría, y algunas también en
español. Ángela luchaba contra ellos, sabía que se estaba dando un abuso de
autoridad; pero también sabía que era muy probable que ese caso quedara en el
olvido y que no se hiciera nada.
Uno de los guardias que estaba de balde—uno
gordo, por cierto—tomó una decisión estúpida para el lugar en que se
encontraba, pero conveniente para sí mismo porque quería hacerlo y porque nadie
lo estaba viendo. Este hombre se desabrochó el cinturón y se agachó mientras se
bajaba los pantalones… Mientras Ángela escuchaba las porquerías que estaba
obligada a escuchar, captó la intención del hombre que se acercaba a ella—con
torpeza—y tratando de bajarse los pantalones. Ángela se asustó por la torpeza
de este hombre, y porque obviamente quería ser ciega desde ese momento hasta el
día de su muerte, y comenzó a gritar sin control. Sus gritos fueron tan altos y
fuertes que logró captar la atención de todas las personas en el área cercana a
ese lugar y hasta algunas azafatas, de otras áreas, escucharon los gritos y
quisieron dejar sus puestos para averiguar qué estaba sucediendo.
Todos en la fila de los inmigrantes que pretendían entrar a los Estados Unidos de
América prestaron especial atención a lo que estaba ocurriendo con la chica
que estuvo al principio de la cola.
Algunos tenían la mente en Narnia y; aunque estaban viendo hacia el mismo lugar
que los demás, ellos no estaban pensando lo mismo. Los que sí estaban aquí pensaban que esto era algo
totalmente normal de las aduanas; las personas mayores—en especial las
señoras—estaban con ganas de salir de la fila y darles unos paraguazos a esos aduaneros, pero lamentablemente no
podían moverse.
Cada cual tenía razones para salirse de la
cola; al igual que tenían razones muy verdaderas para quedarse cada cual en su
sitio. Y el que no tenía una razón relacionada con lo que estaba viendo y su
situación, simplemente se excusaba consigo mismo que no podía moverse de donde
estaba porque seguramente perdería el puesto.
En Fin, Ángela se quedó allí, gritando; y las
gentes observando sin hacer nada más que mirar y parpadear cuando fuera
necesario.
Una chica con la cara negra por el carbón y por
la mugre, con el cabello grasiento, sucio, enredado y con—literalmente—un nido
en la cabeza, se sacudió la paja de la cabeza, estrelló el paquete que cargaba
violentamente contra el suelo y caminó con paso decidido, pero de borracho.
Nadie, absolutamente nadie, había notado ni de dónde había salido esa chica, ni
mucho menos sospechaba lo que ella iba a hacer.
La chica tomó el paraguas de una señora, pero
ésta tenía la mano huesuda muy dura, y no lo quiso soltar. La chica batalló
contra la señora hasta que éste soltó el paraguas. Eso hizo, pero luego lo
volvió a agarrar y a embarcarse de nuevo en una lucha con la chica con la cara
negra de suciedad. Entonces, la chica, le dijo para qué quería ella el
paraguas; viendo que la intención era buena, la señora tuvo que ceder su mano
huesuda.
En este tiempo en la chica del nido de aves y
la señora estuvieron peleándose por un paraguas, no ocurrió nada especial. Se
suponía que esta chica venía en auxilio de Ángela, pero se estaba tardando
mucho.
Ángela estaba resistiendo mucho el ataque de
los cinco guardias aduaneros que eran en total, pero igual se estaba agotando;
y como nadie parecía querer hacer
algo, todo eso que estaba haciendo Ángela no iba a servir de nada porque
llegaría un punto en el que se cansaría y ellos la acabarían dominando.
Viendo esta situación, la mugrienta chica se
apresuró a “salvar” a la chica desconocida. Sin pensarlo mucho—igual que
Ángela—le pegó con el paraguas a un aduanero en el trasero. Éste se volvió
hacia quién le había pegado. No pudo ni mirarla bien cuando ya se estaba
quejando del dolor y arrastrando por el suelo como un cerdo, por causa, más que
por el golpe que le dio la chica, por su propia estupidez y su actitud
atorrante.
Uno menos,
faltan cuatro, decía
la mente de guerrera latinoamericana de la chica cubierta de carbón. De la misma
forma con la que derribó al primer guardia, la mugrienta chica derribó otro y
medio guardia—Ángela ya pudo terminar con el tercero. Entonces Ángela se puso
en pie y, le dio una patada al hombre que todavía estaba en cuclillas y no había
podido bajarse los pantalones, y lo mandó demasiado lejos. Esta hubiera sido
una buena escena de pelea para una interesante y rara película, pero todo el
mundo había dejado de prestarle atención al asunto desde que los gritos
cesaron; así que todos se perdieron esa increíble escena.
Un guardia de aduana serio, llegó—tarde como
siempre—a la zona, cuando ya todo había pasado. Como no había un testigo que
pudiera meterlos a todos en problemas, no se hizo nada y la situación
trascurrió con normalidad. Tanta normalidad que Ángela y la mugrienta chica tuvieron tiempo para
conocerse, o sea decirse su nombre una a la otra. Y, entonces, Ángela supo que
esta, muy sucia chica, se llama Olivia y que venía de Guatemala. Ángela venía
de Panamá, allá había nacido, crecido, estudiado y graduóse de preparatoria.
Como ambas son centroamericanas, tuvieron mucho de qué hablar.
—Angie…
¿Puedo decirte así?—inició conversación, Olivia.
—Sí,
claro, como quieras—le respondió Ángela.
—
¿Tienes dónde quedarte?
—Tengo
dinero, eso sí—respondió Ángela.
—Te
invito a venir a vivir conmigo. Vivo en una habitación alquilada y necesito una
compañera. Además no tengo dinero suficiente para pagar el alquiler.
—Como
ya te dije—se acercó más a ella y le susurró en el oído—solo tengo
dinero—completó la frase.
Olivia
se llevó a Ángela a su apartamento y la instaló. Olivia era una desconocida
para Ángela, pero a pesar de eso, ella aceptó quedarse con ella. Tenía muchas
razones para hacerlo; entre ellas la más importante era que ella la había
salvado, salvado de perder su virginidad sin su consentimiento; entre otras
cosas como que fue la única persona que supo moverse y actuar. Ese día, por la
tarde, Ángela se instaló en casa de Olivia y comenzó a vivir en su apartamento
desde entonces.
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Holaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!
por fin está aquí el primer capítulo. En serio espero que les guste. Este cap pasó por millones de filtros hasta llegar aquí y en el día de hoy es público.
Disfrútenlo y la próxima semana tendremos el segundo cap.
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RG-Sánchez
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